
Por Esteban Jaramillo Osorio
El fútbol es maravilloso; capaz de trasladarnos con facilidad de los reproches a las celebraciones. Así fue la final ante Bolivia: un cierre excitante, cargado de emociones y lágrimas sinceras. El pasaje al Mundial quedó en el bolsillo, con todas sus implicaciones.
No fue un camino cómodo ni sin sobresaltos. A lo largo del torneo, los contratiempos y las vacilaciones marcaron cada paso. Pero la clasificación se selló frente a uno de los rivales más débiles, justo al límite de la competencia.
Los goles del último partido fueron redentores, tapando fragilidades y calmando angustias. Ahora, con los pies sobre la tierra, es momento de resaltar el objetivo conseguido y analizar los errores para llegar al Mundial con expectativas mayores.
En ese último juego, las calificaciones de los futbolistas fueron altas. Luis Díaz se mostró en la dimensión que el mundo del fútbol le reconoce; James Rodríguez, inacabable e influyente, fue el eje creativo, buscando la pelota en cada tic-tac fabuloso, abriendo defensas cerradas y justificando sus goles y récords frente a críticas malintencionadas.
Ante Bolivia, el gol fue finalmente aliado, en número suficiente para espantar fantasmas. El diagnóstico es claro: Colombia tiene jugadores, pero carece de juego consolidado. La nómina es valiosa, pero nunca se consolidó un verdadero equipo, y el técnico estuvo siempre bajo sospecha.
Aun así, hubo aportes individuales destacados: Lerma, Arias, Ríos, el intermitente Quintero, Córdoba, Mojica y los porteros. Momentos de virtuosismo y destellos vibrantes en medio de sinsabores que marcaron el torneo.
Después de 8 años, Colombia vuelve al Mundial. No es un hecho menor: es la máxima celebración de los futbolistas y el anhelo más profundo de los aficionados. La felicidad de la clasificación es pasajera; la verdadera fiesta apenas comienza. El Mundial es el objetivo, y los retos, gigantes.
Se trata de competir, de brillar, y no de reducir la presencia de la selección a un mero trámite administrativo, como ocurrió tantas veces, cargado de desfallecimientos y decepciones.