María Corina Machado no solo representa la lucha de Venezuela. Su historia, su firmeza y lo ocurrido en Oslo son una advertencia directa para Colombia sobre lo que pasa cuando la democracia se descuida y la libertad se subestima.
Por: Azelin Cervantes

María Corina Machado no se convirtió en una líder por casualidad. Tampoco por estrategia política.Su historia no tiene atajos ni estrategias calculadas. Ella llegó a ser lo que es por no rendirse, por mantener su voz firme en un país donde callar no solo era una opción, sino una presión constante.
Mientras muchos guardaban silencio por miedo y otros preferían resignarse para sobrevivir, ella decidió mantenerse en pie, ella no tuvo miedo de señalar las cosas como son, de ponerle nombre a lo que estaba ocurriendo en su país. Mientras el miedo, la represión y la incertidumbre tomaban control de Venezuela, ella decidió no quedarse callada.
Lo que ocurrió en Oslo no fue solo la entrega de un Nobel de la Paz. Fue mucho más. María Corina ganó el premio, pero no estuvo allí. Su ausencia en la ceremonia fue más poderosa que cualquier discurso, y el hecho de que su hija, Ana Corina Sosa, tomara su lugar y hablara de forma tan clara, firme y decidida, fue una imagen poderosa. En un inglés perfecto, y con la seguridad de quien tiene una misión clara, Ana Corina no solo habló de Venezuela, sino que dio un mensaje al mundo: la promesa de María Corina nunca se rompe. La promesa de seguir luchando, de no rendirse, de no callarse.

Ese día, en Oslo, Venezuela dejó de ser un tema de discusión internacional lejano, se convirtió en un grito mundial. Un grito por la libertad. La hija de María Corina narró la historia de un país que fue una potencia en Latinoamérica, un país que acogió a migrantes, que fue próspero y que, por un quiebre institucional, se convirtió en un terreno fértil para la corrupción, la represión y la miseria. En su discurso, habló de los millones que han tenido que huir de Venezuela, de las familias separadas por la migración forzada, del colapso económico, de la pobreza extrema, de las libertades perdidas.
Y luego, el presidente del Comité Nobel no suavizó la situación. También señaló cómo países como Cuba, Rusia, Irán, China y grupos como Hezbollah han fortalecido la maquinaria represiva del régimen venezolano. Dijo algo que resonó en todos los presentes: los regímenes autoritarios aprenden unos de otros. Y esa frase no fue solo una advertencia para los presentes, sino un llamado de atención para quienes todavía prefieren minimizar lo que está ocurriendo en otros países, incluido el nuestro.
La historia de María Corina no es solo la historia de Venezuela, es la historia de todos aquellos que, como ella, luchan por la libertad sin importar las consecuencias. Y eso debe servirnos de lección, no solo a los venezolanos, sino a todos nosotros. Porque la libertad no se garantiza sola. Se defiende todos los días, y, a veces, se paga un alto precio por ella.
En Colombia, muchos todavía creen que lo que pasa en Venezuela es algo distante, que está lejos de nuestra realidad. Pero lo que ocurre en Venezuela es un aviso claro. Es una advertencia de lo que puede pasar cuando un país se distrae, cuando los intereses personales y los egos políticos se vuelven más importantes que la unidad y la visión de futuro. Colombia está en un punto crítico, y no se trata solo de un problema de derecha o izquierda. Es un problema que afecta a todos.

Las elecciones de 2026 no pueden tomarse a la ligera. No son un ciclo electoral más. Se trata de decidir el rumbo del país, de definir qué tipo de democracia y qué tipo de futuro queremos. No podemos seguir permitiendo que los intereses personales, los conflictos internos nos distraigan de lo que realmente está en juego. En Colombia, estamos demasiado acostumbrados a la división, a la competencia destructiva, a la polarización.
No necesitamos más ruido, más peleas sin sentido. Lo que necesitamos es claridad. Necesitamos unirnos en torno a un propósito común: recuperar lo que nos hace libres, lo que nos hace ser un país de oportunidades, lo que nos hace ser un país con rumbo. Los egos políticos no deberían seguir mandando en el país. Ni la derecha ni la izquierda tienen el monopolio de la libertad ni de las soluciones, pero ambos tienen la responsabilidad de salvar lo que está en juego.
María Corina nos muestra un camino, una lección en un momento en el que las soluciones parecen lejanas. Ella no esperó que las condiciones fueran perfectas. No se quedó de brazos cruzados cuando todo parecía perdido. Se mantuvo firme y sigue luchando, a pesar de todo. Ella no es un modelo perfecto, pero es un modelo de perseverancia, de lucha y de coraje.
Venezuela no nos da lecciones fáciles, pero nos da una advertencia que debemos escuchar: cuando dejamos de pelear por lo que realmente importa, corremos el riesgo de perderlo todo.
Colombia aún está a tiempo. Aún podemos elegir el futuro, pero no se trata solo de elegir entre unos y otros. Se trata de elegir qué tipo de país queremos. Si lo que nos importa es seguir en la pelea sin fin, o si estamos dispuestos a ponernos de acuerdo para lo que realmente importa: nuestra libertad y nuestra democracia.
Porque, al final, la libertad no se hereda ni se espera. Se defiende, se lucha, se construye todos los días.