
El telón de la Asamblea General de la ONU se levanta una vez más en Nueva York, pero el drama que se representa en su escenario dista mucho de ser una comedia. Como cada año, los líderes mundiales suben al podio para ofrecer discursos que resuenan en la sala con promesas, condenas y llamados a la paz, mientras que, fuera de los muros de cristal, el mundo parece arder con una intensidad cada vez mayor.
Hoy, la atención se centra de manera inevitable en el conflicto de Gaza, un epicentro de dolor y destrucción que ha polarizado a la comunidad internacional. Si bien es un tema central, la verdadera pregunta es si los debates y las resoluciones de la ONU tendrán algún impacto real en el terreno. La organización, que nació de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial con la esperanza de prevenir futuras catástrofes, a menudo parece más un foro de debate que un organismo con poder efectivo para detener las guerras.
Mientras las delegaciones discuten sobre la autodeterminación y la soberanía palestina, miles de vidas siguen en riesgo. Se habla de la guerra en Ucrania y de la crisis en Sudán, pero la maquinaria diplomática avanza con una lentitud que contrasta dolorosamente con la velocidad de la tragedia humana.
La ONU es un reflejo de nuestro mundo: un lugar de grandes aspiraciones y profundas contradicciones. La pobreza, la crisis climática y las emergencias humanitarias son temas recurrentes, pero los acuerdos y las promesas rara vez se materializan con la urgencia que requieren. La Asamblea General se ha convertido en una especie de ritual anual, donde los mismos problemas se exponen con nuevos discursos, dejando la sensación de que, en la práctica, se avanza muy poco.
Este año, la reunión coincide con el 80º aniversario de la organización. A pesar de sus logros en temas como la ayuda humanitaria y el mantenimiento de la paz, la Asamblea General de la ONU de 2025 nos recuerda que la diplomacia, por sí sola, puede ser insuficiente cuando la voluntad política no acompaña a las palabras. La ONU no es el problema, sino un espejo de la falta de acción colectiva del mundo. Y mientras los líderes mundiales hablan, las llamas siguen consumiendo la esperanza.