Fátima Bosh, Miss Universo 2025, dejó sin libreto a la prensa

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La entrevista que buscó convertir a Fátima Bosch en espectáculo terminó revelando la crisis ética de la prensa. Su salida no fue debilidad, sino un acto de dignidad que puso en evidencia hasta dónde puede llegar un medio cuando olvida el respeto y la ética profesional.

Por: Azelin Cervantes

Era cuestión de tiempo para que algo así pasara. No porque el mundo necesite más escándalos, sino porque alguien tenía que alzar la voz y recordarnos algo que con frecuencia olvidamos: el periodismo no nació para alimentar el morbo, sino para mostrar la verdad. Y sí, paradójicamente, esa lección no vino de una sala de redacción, ni de un periodista con años de trayectoria. Vino de una mujer que muchos quisieron encasillar en lo superficial: una reina de belleza.

Una reina que se salió del molde. Una reina que no se dejó usar. Una reina que entendió que tener una corona en la cabeza no significa tener que soportarlo todo.

Lo que ocurrió en esa entrevista ya no es solo historia de farándula. Es un espejo incómodo que nos muestra cómo una parte de los medios ha confundido viralidad con veracidad, rating con rigor, polémica con periodismo. Cuando los presentadores comenzaron a repetir preguntas como si estuvieran participando en un interrogatorio disfrazado de “entrevista”, lo que quedó en evidencia no fue la incomodidad de ella, sino la precariedad ética de ellos.

A ese nivel hemos llegado: la prensa se esconde detrás de la frase “tenemos que responder a las dudas de la audiencia”, mientras pisa los límites humanos básicos de quien tienen enfrente.

En medio de esa situación, sucede algo poco común últimamente en un set de televisión: la coherencia.

Ella no gritó. No confrontó. No perdió la compostura. Simplemente se levantó y se fue. Se retiró con la dignidad de quien sabe que la voz no solo se usa para hablar, sino también para marcar límites. Y ahí, justo ahí, es cuando ganó de nuevo. No por lo que dijo, sino por lo que no permitió.

Porque ser figura pública no obliga a alimentar el morbo. No exige responder a cada rumor, ni soportar cada mala intención disfrazada de pregunta. La exposición no cancela los derechos humanos básicos. Y mucho menos debería anular el derecho a decir: “hasta aquí.”

Lo más triste no fue la entrevista. Lo más triste fue la reacción posterior: la televisora victimizándose, convirtiendo un acto de respeto propio en un escándalo más para su agenda. Ese es el problema cuando los medios dejan de informar y se enamoran del ruido: terminan llamando “falta de profesionalismo” a cualquier acto que los haga quedar en evidencia.

Y mientras algunos presentadores confundían frustración personal con oficio, Fátima Bosch daba una lección de comunicación profesional: la claridad. Desde el inicio pedía un mínimo de respeto, preguntaba con calma, y aun así no le permitieron hablar. Interrumpida, presionada, utilizada como pieza para el espectáculo, hasta que decidió levantarse. Con esa simple acción recordó algo que muchos periodistas han olvidado: una conversación sin empatía no es entrevista; es agresión envuelta en luces de estudio.

Y aquí es donde el análisis se vuelve más profundo:

¿Por qué molesta tanto una mujer que pone límites?
¿Por qué incomoda tanto una mujer que no se queda en silencio?
¿Por qué el mundo la celebró cuando alzó la voz contra Nawat, pero ese mismo valor se convirtió en “manipulación” y motivo de descalificación cuando la usó para enfrentar el juicio público tras su coronación? ¿Desde cuándo el valor de alzar la voz depende de si nos conviene o no?

La respuesta es tan vieja como la historia: porque a la mujer se le ha exigido que se vea bien, que no moleste y que siga la corriente. Pero ya no. El guión cambió, y ella fue una de las primeras en leerlo en voz alta.

Lo que muchos llamaron “show” en realidad fue valentía. Valentía que no tiene nacionalidad, ni pasaporte, ni traductores. Esa misma valentía que muchos medios presumen al hablar de “ciberacoso” y “salud mental”, curiosamente desaparece cuando una mujer en vivo les pide respeto.

Hablan de ética, pero hostigan.
Hablan de rigor, pero desinforman.
Hablan de inclusión, pero exigen que la miss sea un adorno sentado, sonriendo, respondiendo a preguntas malintencionadas mientras la audiencia aplaude.

Una miss no está obligada a soportar. Ninguna mujer lo está. Nadie lo está.

Las preguntas importantes ni siquiera se hicieron.
¿A qué países viajará durante su reinado?
¿Qué causas sociales impulsará?
¿Cómo planea usar su plataforma?
¿Qué proyectos quiere desarrollar este año?

Pero claro, esas preguntas no generan clips virales. Ella no necesitó escándalos ni pleitos para demostrar su valor. Le bastó con mantenerse firme, mirar de frente y recordarle al mundo que una mujer que sabe su valor no se presta para el circo. Su elocuencia desmontó en segundos una maquinaria de provocación. Y mientras algunos intentaban manipular la narrativa, ella desactivaba el espectáculo con la herramienta que más miedo les da: la coherencia.

Porque sí, puede que la fama haga ruido, pero la dignidad hace historia. Y ese día, quien quedó expuesto no fue quien se fue, sino quienes se quedaron sin argumentos.

Lo que intentaron convertir en una escena viral terminó siendo un recordatorio poderoso de por qué el periodismo necesita urgentemente volver a su esencia: investigar, escuchar, contextualizar, humanizar. No manipular. No sesgar. No empujar hasta que el invitado se rompa. No perseguir la lágrima, el tropiezo, la respuesta que incendia Twitter.

El periodismo está siendo profanado en nombre del rating. Y eso es más grave que cualquier polémica de certámenes. Porque sin ética, la prensa deja de construir, de sumar y empieza a desinformar.

Ella, con su salida, lo dijo todo:
Una reina no pelea.
Una reina quita su presencia.
Y cuando la presencia se va, el imperio colapsa.

Ojalá más medios entendieran esa metáfora. Porque al final, su gesto fue más grande que cualquier corona: fue la declaración silenciosa de una mujer que no permite ser reducida, irrespetada ni utilizada para alimentar un juego mediático. Una mujer que sabe su valor y predica con el ejemplo. Una mujer que nos recordó que la dignidad no es negociable, que la voz no es adorno, que los límites también comunican.

Y mientras ellos buscaban rating, ella dejó una lección para la historia: A veces, la respuesta más poderosa es levantarse e irse, hasta que la dignidad se haga costumbre.

Y para quienes aún cuestionan su salida, llamándola “cobarde”, “inmadura” o “incoherente”, hay que decir algo más, porque este debate también revela un síntoma social: confundir fortaleza con aguante.

Alzar la voz no siempre significa enfrentarse al fuego; a veces es apagarlo quitándole tu energía. Retirarse no es huir; retirarse es protegerse.

La ironía es que quienes exigen que ella “aguante” jamás soportarían ni un minuto de hostilidad frente a cámaras. Es fácil pedirle a una mujer aguante, cuando no eres tú quien está siendo atacada.

Y para quienes reclaman que si es tan empoderada “¿por qué sigue en una organización cuestionada?” la respuesta es simple:

Porque crítica no es renuncia.
Porque transformar también se hace desde adentro.
Porque la dignidad no se negocia según el edificio donde trabajes, sino según tu conducta dentro de él.
Y porque la incoherencia real no está en quien trabaja con integridad, sino en quien ataca sin informarse.

La integridad de una persona no se mancha por asociación automática. Eso lo hacen los prejuicios, no la ética. Ella no representa los procesos legales de otros. Ella representa proyectos sociales, causas humanas, trabajo comunitario. Pretender que responda por los expedientes de terceros es desconocer por completo su rol.

El verdadero problema es otro: a muchos les incomoda una mujer que se rehúsa a ser sacrificio para el entretenimiento ajeno. Una mujer así no es cómoda para quienes viven del escándalo. Pero es necesaria para quienes creen en el respeto.

Y sí, ella alzó la voz. No como querían escucharla, sino como debían hacerlo. No para darles show, sino para darse valor. No para polemizar, sino para poner límites.

Eso también es alzar la voz.
Eso también es valentía.
Eso también es historia.