
Como parte de su reapertura al turismo internacional tras la pandemia, Corea del Norte ha puesto especial énfasis en mostrar su complejo turístico costero, una apuesta del régimen de Kim Jong Un para atraer visitantes y proyectar una imagen de modernidad. Ubicado en la costa oriental del país, este resort ofrece playas privadas, hoteles de varias plantas, restaurantes con menús internacionales y actividades recreativas supervisadas.
Los primeros viajeros han descrito un lugar sorprendentemente bien aprovisionado, con instalaciones que buscan emular los estándares de destinos turísticos más abiertos al mundo. Sin embargo, detrás de la apariencia de lujo, todo está cuidadosamente controlado: desde los desplazamientos de los turistas hasta las interacciones con la población local.
Con esta vitrina playera, el régimen intenta impulsar su economía mediante divisas extranjeras, mientras mantiene la rígida vigilancia política y social que caracteriza al país. El complejo se convierte así en una muestra del contraste norcoreano: una fachada de apertura al mundo bajo un control absoluto del Estado.