
La Inteligencia Artificial Generativa (IAG) se asoma en el horizonte de América Latina con la promesa de una revolución productiva, pero también con la sombra de desafíos laborales que no podemos ignorar. No se trata simplemente de si los robots nos quitarán el trabajo, sino de cómo la forma en que trabajamos cambiará drásticamente, y si nuestra región está preparada para esa transformación.
Se estima que entre el 26% y el 38% de los empleos en América Latina y el Caribe están expuestos a la IAG. Esto no significa un apocalipsis laboral, sino una reconfiguración de tareas y roles. De hecho, hay un lado muy optimista: entre el 8% y el 14% de los trabajos podrían volverse significativamente más productivos gracias a esta tecnología. Imaginen el impulso económico que esto podría significar, especialmente en sectores clave como los servicios, la manufactura y la agricultura de precisión. La IAG podría optimizar procesos, liberar a los trabajadores de tareas repetitivas y permitirles enfocarse en actividades de mayor valor añadido, fomentando la innovación y la competitividad empresarial.
Sin embargo, el panorama no es uniforme. La gran incógnita reside en un considerable porcentaje de empleos (entre el 14% y el 22%) cuya exposición a la IAG aún no tiene un impacto claro. Más preocupante aún, entre el 2% y el 5% de los empleos sí enfrentarán una automatización completa. Pero el mayor reto para América Latina no es solo la automatización directa, sino la brecha digital y la desigualdad. Aproximadamente la mitad de los empleos que podrían beneficiarse de la IAG, unos 17 millones, no podrán hacerlo por falta de acceso a infraestructura y tecnologías digitales. Esto podría exacerbar las profundas divisiones socioeconómicas que ya caracterizan a la región, dejando atrás a los más vulnerables.
Los grupos con mayor riesgo son las mujeres, los jóvenes, los trabajadores informales y aquellos con menor nivel educativo. Para ellos, la IAG podría significar no una oportunidad, sino un obstáculo insalvable si no se toman medidas proactivas. La clave está en una revolución de habilidades digitales. No solo se trata de aprender a usar las herramientas de IAG, sino de desarrollar habilidades críticas como el pensamiento analítico, la resolución de problemas complejos, la creatividad y la colaboración humana, cualidades que la IAG no puede replicar.
Los gobiernos, el sector privado y las instituciones educativas tienen un papel crucial. Se necesitan políticas públicas que fomenten la inversión en infraestructura digital, programas de recualificación laboral a gran escala y marcos regulatorios que garanticen una transición justa. La IAG es una herramienta poderosa, y su impacto en el empleo de América Latina dependerá de cómo decidamos empuñarla: ¿será un motor de progreso inclusivo o una fuerza que profundice las desigualdades existentes? La respuesta está en nuestras manos.