
La Ley 2129 de 2021 marcó un cambio que, aunque parece pequeño, toca directamente la vida diaria de las familias colombianas: el orden de los apellidos de los hijos. Durante décadas, nadie preguntaba. El apellido del papá iba primero y punto. Era costumbre, no una decisión. Con esta ley, esa regla automática se rompió y el Estado dejó de imponer un orden único.
En palabras sencillas, la ley dice que mamá y papá pueden decidir juntos si el apellido de la madre va primero o si se mantiene el orden tradicional. Ambos apellidos valen lo mismo y ninguno tiene prioridad por ser del hombre o de la mujer. Y si no hay acuerdo, la ley incluso prevé una salida práctica: el orden se define por sorteo, para que ninguno se imponga sobre el otro.
Ahora bien, la ley también pone un límite claro y lógico: la decisión se toma una sola vez. Si para el primer hijo se escoge que el apellido de la mamá vaya primero, ese mismo orden se mantiene para todos los demás hijos de la misma pareja. No es un castigo ni una imposición, es una forma de evitar confusiones dentro de la familia y en los trámites del día a día. La identidad familiar debe ser clara y coherente.
En el fondo, la Ley 2129 de 2021 no obliga a nadie a cambiar tradiciones, pero sí abre la posibilidad de hacerlo. Es una ley que no grita, pero dice mucho: reconoce la igualdad entre mamá y papá, respeta la decisión de las familias y deja atrás una costumbre que durante años se aceptó sin cuestionarla. Es un ajuste simple, con un impacto simbólico grande, que muestra cómo las normas también pueden adaptarse a una sociedad que cambia.